En el periódico el País encontramos un artículo donde nos destacan que se vuelven a poner de manifiesto las desigualdades educativas en el mundo. Según Unicef, unos 262 millones de niños y adolescentes (uno de cada cinco) no pueden ir a la escuela o recibir formación a causa de la pobreza, la discriminación, los conflictos bélicos, los desplazamientos migratorios, el cambio climático o la falta de infraestructuras y de docentes.
Desde la ONG AIPC Pandora, dicen que entre todos los derechos que damos por sentados, el de la educación es uno de los más importantes, y ello fue especialmente visible durante los meses iniciales de la pandemia:
“Hemos visto colegios y barrios enteros donde las familias no tienen acceso a ordenadores, dispositivos electrónicos o Internet, porque no tienen los medios para sufragarlo; donde los jóvenes se quedaron directamente sin estudiar durante todo el confinamiento”. Y es que no se pone en duda el papel fundamental de la tecnología en las escuelas, sino la universalidad de su acceso, porque la educación a través de medios digitales “consigue que los adolescentes y los jóvenes toleren lo diferente, crezcan con el intercambio y desarrollen actitudes tan demandadas por las empresas como el liderazgo, la creatividad y la empatía”.
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